El cisne negro del cisne negro: La crisis el coronavirus ¿y si pasa de otra manera?
30 Mar 2020
Hace ya varios años (culminó su exposición en 2010), el filósofo e investigador libanés Nassim Taleb previno contra la linealidad de nuestros esquemas de proyección recurriendo a la metáfora de los cisnes negros, que simbolizan sucesos no previsibles que causan un hondo impacto socioeconómico; y que, a pesar de poder ser explicados o racionalizados ex post, comprometen ese afán de anticipación/planificación que parece acompañar al desarrollo humano.
El nuevo coronavirus encajaría en esa descripción: una pandemia que está paralizando buena parte de la actividad económica y cuya incierta evolución está sumiendo, a agentes e instituciones, en un atribulado desconcierto cuyos rasgos comienzan a dibujar un escenario de expectativas oscuras y alarmistas. El confinamiento de las personas parece alimentar una suerte de introspección pesimista, avalada por el clima de alarma que lo inunda todo.
Los organismos internacionales, que “echan humo”, actualizan a la baja sus previsiones económicas, semana tras semana. El crecimiento chino (segunda potencia mundial y epicentro de la infección) podría bajar al rango del +2,5% (desde las previsiones iniciales del +5,8%), con hondo influjo sobre el resto del mundo. Singularmente sobre EE. UU., su principal comprador y sobre la UE, su principal suministrador de mercancías. La interrupción de los procesos industriales ha colapsado de suministros esenciales las cadenas globales de valor y todo el planeta parece abocado a una inevitable recesión.
En España, bajo hipótesis de agravamiento de la situación, desde VASS RESEARCH hemos estimado que el PIB podría llegar a experimentar una merma superior al 12,5% (se preveía para el año un crecimiento algo superior al 1,6%), poniendo en peligro más de un millón de empleos y forzando a las autoridades a un deterioro de sus cuentas públicas – por los recursos que van a acabar inyectándose en el sistema – que situarían el déficit en un rango de entre el 2,9% y el 5,8% (la previsión inicial era situarlo en el entorno de un 1,5%). La deuda pública se auparía holgadamente por encima del equivalente al 100% del PIB, detonando toda una macabra secuencia, linealmente lógica, de preocupantes augurios que pueden complicar extraordinariamente la ulterior recuperación; al punto de dilatar, de manera insoportable, la vuelta a la normalidad.
Pero ¿Y si nos visita, de forma inesperada como le es propia, un nuevo cisne negro en forma de hechos positivos, de argumentos para la esperanza?
En el centro hay un hecho incontestable: frente a la crisis de 2008, el origen de la actual no tiene carácter sistémico: no está en el corazón de nuestro modelo económico, como sucedía entonces con los excesos crediticios y los activos tóxicos. China, el país más afectado, ya declara tener bajo control la situación. Y varios países, bajo coordinación de la Organización Mundial de la Salud, abordan la fase final para poner en circulación vacunas efectivas contra el Covid-19.
A diferencia de nuestra última gran recesión, en esta, la sociedad no ha quedado fracturada en el sentido de que no se han contorneado bandos de culpables y víctimas. El virus ha atacado despiadadamente a ricos y pobres; a banqueros y trabajadores; a políticos y gente de la calle. Hay un sentimiento de unidad que reverbera cada tarde en los balcones con los aplausos que se ofrecen a nuestros profesionales sanitarios, héroes de primera instancia en esta contagiosa guerra social.
En la medida que el detonante para la recuperación tiene una naturaleza puramente médica, a todo ciudadano se le ha trasladado una responsabilidad. Todos somos depositarios de una misión, tenemos un papel. Individualmente, somos parte de la solución: evitando contactos innecesarios, respondiendo de nuestras obligaciones profesionales en remoto (o, peor aún, expuestos al siempre posible contagio). Y todos estamos experimentando la urgencia de superar este impasse. Nos adaptamos como las instancias políticas y económicas también lo están haciendo, sin ruborizarse por cambiar de rumbo en pocos días: lo hemos visto con el Gobierno español, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, la Reserva Federal y el gobierno Trump, el siempre errático Boris Johnson…. Nadie puede permitirse no actuar en la buena dirección.
Se habla de un cambio de paradigma. Y es cierto: estamos ante un nuevo paradigma. El virus nos ha confirmado el valor de la unidad, de la responsabilidad; y de la tecnología también, como aliada de un sistema en irreversible transformación que requiere flexibilidad, manejo del conocimiento, cercanía con las necesidades de clientes y personas…. Sensatas aspiraciones estratégicas, por cierto, para toda empresa de futuro.
Pasado el purgatorio, todo el sistema socioeconómico no sólo recuperará el pulso sino que saldrá fortalecido. Y evocaremos no a los cisnes negros de Taleb; sino a los inmortalmente níveos que danzaban al son del genial Tchaikovsky.
¡Música, maestro!