InnovACCIÓN y disrupción para generar el cambio positivo
13 Nov 2019
La innovación es implementar una o varias acciones que impulsen cambios que, a su vez, representen una novedad, o mejoras sustanciales. Innovar implica siempre altas dosis de curiosidad y de descaro, incluso. Innovar es no tener miedo al fracaso. Es mantener una actitud de búsqueda permanente, de escucha activa y de aprendizaje continuo.
Las empresas, en general, utilizan con demasiada frecuencia las siglas I+D+i para explicar su compromiso o su inversión o su apuesta por la innovación. Esto hace que I+D+i se utilice muchas veces más, como un recurso marketiniano que como una auténtica apuesta de negocio. Por eso, es importante poner en valor la verdadera esencia de la innovación, como seña de identidad, como emblema, como forma de ser y de actuar.
Dicen los expertos que hay muchas clases de innovación -disruptiva, educativa, empresarial, de gestión, …- Yo, hoy, me centraré en la innovación tecnológica y, en cómo generar proyectos que proporcionen una mejora significativa y que supongan, por un lado, una novedad objetiva, que afecte al sector concreto en el que opera la organización, y, por otro lado, una novedad subjetiva, que afecte a la propia entidad.
Según la revista Fortune, en estos momentos, Appel, Amazon y Alphabet, compañías tecnológicas que lideran el cambio y la innovación, son las más admiradas desde el punto de vista de la innovación. Lo que me lleva a pensar que es precisamente ese componente tecnológico extra el que impulsa la percepción o el reconocimiento como empresa innovadora.
Innovar no es estar de moda.
Cualquier proyecto de I+D implica una investigación exhaustiva: indagar de forma original y planificada. Curiosear en busca de nuevos conocimientos y una comprensión mayor en el ámbito científico y tecnológico. Pero, innovar exige también una fase de desarrollo eficiente en la que poder aplicar los resultados de la investigación para la fabricación de nuevos productos o para el diseño de nuevos procesos o sistemas de producción, así como para la mejora tecnológica sustancial de productos, procesos y sistemas preexistentes. Esta investigación y este desarrollo deberán conducir– sí o sí- a la mejora significativa y a la presentación de novedades, como decía antes, objetivas y/o subjetivas.
Por lo tanto, la innovación no debe ser algo que utilicemos para estar a la moda. La innovación debe estar en la genética de cualquier organización, en su carta de presentación. Pero, con decir que somos una empresa innovadora, no basta. Al menos, no, en términos efectivos. Incorporar a nuestra carta de presentación la definición de empresa innovadora implica establecer políticas y definir estrategias encaminadas a introducir la cultura de innovación en todas y cada una de las áreas y personas que conforman la organización. Y, poner al alcance de todos, los recursos técnicos, económicos y humanos para implementar procesos innovadores.
Presentar a nuestra compañía como una empresa innovadora quiere decir también ser capaces de generar cambios, de conectar ecosistemas internos y externos y hacer que los esfuerzos y las iniciativas de innovación escalen a toda la organización. Los programas de intra-emprendimiento son una buena manera de descubrir, identificar e impulsar el talento de las personas y, ganar adeptos para la causa, haciendo que la compañía sea más líquida con entornos propicios para que fluyan las ideas y la ejecución de los proyectos de forma más ágil y natural. Pero no son la única opción posible.
Utilizar la disrupción para marcar la diferencia
Entender la innovación como un proceso que nace desde dentro, desde la propia cultura corporativa, es vital. Igual que aceptar que se trata de procesos que no solo deben desarrollarse internamente, sino que deben ser parte de la relación con los clientes, con los proveedores o con cualquiera de los agentes que conforman la cadena de valor.
Y, deben ser procesos, en los que prime la curiosidad frente al miedo. Es decir, que dentro de un entorno controlado se asuman riesgos, bien accionando bajo la creación de marcas blancas o bien con modelos imaginativos de negocio que permitan generar disrupciones con un riesgo, como digo, controlado. De esa manera, el miedo a equivocarse deja de ser un impedimento para convertirse en un acelerador del cambio positivo. Hay que aceptar y aprender de los errores, pero hay que implementar herramientas, metodologías y procesos que permitan acertar el mayor número de veces y equivocarse lo antes posible para no comprometer la reputación de la compañía ni su inversión en innovación.
En este sentido es importante apostar por la disrupción para marcar la diferencia. Hay que balancear lo útil y lo nuevo, observando, mediante una escucha activa que permita entender lo que sucede dentro y fuera y favorecer el conocimiento y la aplicación de las tecnologías emergentes, soluciones novedosas, tendencias o mejores prácticas, o identificar posibles socios para generar alianzas de valor.
Importante, también, potenciar el ecosistema digital, promoviendo la generación, implementación y difusión de innovaciones de alto impacto social a través de procesos multidisciplinarios y participativos. Los espacios de co-working o los entornos de generación de ideas y soluciones con clientes, stakeholders o con la sociedad en general, son enriquecedores y ayudan a potenciar el ecosistema digital, a consolidar la innovación colaborativa y a atraer nuevos talentos.
Y, como estamos en la era de la colaboración, el intercambio y la transparencia, apostar por frameworks que impulsen la innovación dirigida a nuevos productos o servicios mediante la habilitación de start-ups con la misión de hacerlas realidad, es una manera efectiva y rentable de externalizar la innovación. El objetivo de estas propuestas es iterar de forma ágil hasta encontrar el éxito, ayudando a las empresas a identificar nuevos proyectos innovadores y llevarlos a cabo de manera ágil y rápida, como si se tratara de una start-up pero con el apoyo detrás de una organización consolidada.
¿Por dónde empezar a innovar?
Las empresas que se perciben como organizaciones innovadoras tienen más posibilidades de alcanzar el éxito. Y, como decía antes, la tecnología es un factor diferencial, también en el desarrollo de la cultura de innovación dentro de las empresas. De hecho, el 80% de las empresas del IBEX 35 en España han incorporado la innovación entre sus valores corporativos y han apoyado su evolución en la tecnología. Pero ¿qué pasa con el resto del universo empresarial? ¿cómo aterrizar la teoría a procesos e iniciativas concretas? Según el último ranking Bloomberg Innovation Index nuestro país ocupa un alarmante puesto 29 en innovación, justo por detrás de República Checa, Hungría y Malasia.
Desde luego, parece que la clave, además de lo que hemos dicho hasta ahora, pasa por poner el foco en detectar qué ideas, independientemente de su origen, pueden ser disruptivas para el modelo de negocio de la compañía o de sus clientes. Y, en todo caso, en términos generales, podríamos dividir cualquier proceso de innovación en cinco pasos que se ejecutan de manera iterativa y ágil para favorecer el éxito. No es necesario implementar estas fases de manera secuencial, sino que, teniendo en cuenta el nivel de madurez de cada iniciativa, se pueden establecer ciclos más cortos que favorezcan las sinergias entre cada fase. (Innovation Business Value
Entonces, las etapas de un proceso de innovación serían las siguientes:
- Escuchar a todos los actores que participan en la compañía para obtener ideas que puedan transformarse en iniciativas reales de innovación. Hay que prestar especial atención a las iniciativas que surgen de los diferentes mercados ya que detectan necesidades específicas. Esta escucha activa permite proponer ideas verdaderamente disruptivas para determinados modelos de negocio de la propia organización o de sus clientes.
- Conceptualizar todas las iniciativas susceptibles de inversión. La idea es “refinar” cada iniciativa a nivel funcional, tecnológico y de viabilidad. No todas las propuestas acaban con el desarrollo de un producto o servicio que comercializar. En esta fase se deben tener también en cuenta, todas las ayudas posibles que ofrecen los diferentes organismos públicos para conseguir financiación o un retorno de la inversión rápido y efectivo.
- Go to market, es el momento en el que se prepara el argumentario de cara al mercado y se adaptan los mensajes a los diferentes interlocutores -CEO, CIO.COO, CFO, etc.) Habrá que buscar respuestas concretas a preguntas del tipo ¿a qué mercados nos dirigimos? ¿qué problemas resuelve y cómo? ¿qué valor diferencial aporta y qué retorno de la inversión proporciona? El mensaje deberá tener siempre una presentación muy visual -elevator pitch, “detallado”, adaptado a cada público objetivo, …-
- Posicionar las iniciativas cuando estas tengan un nivel de madurez adecuado para validar su viabilidad. Todas las reacciones deberán introducirse en el proceso de innovación para retroalimentarlo y favorecer el perfeccionamiento de la iniciativa.
- Ofertar la propuesta a nivel comercial.
En definitiva y, para resumir, creo que las organizaciones deben vincular la innovación y la transformación digital con su estrategia global. Innovar y practicar un pensamiento disruptivo les ayudará a ser más competitivas en entornos de cambio y a conseguir más y mejor cuota de mercado. Y, yo, que no soy muy dado a los consejos, me atrevo con tres últimas recomendaciones para convertir tu empresa en una organización innovadora: escucha y observa; contextualiza y desarrolla; posiciona y oferta. Ten en cuenta los conocimientos, la curiosidad y el tiempo como elementos claves de la innovación, pon siempre al cliente en el centro de cualquier iniciativa, y recuerda que innovar es accionar, no solo teorizar.